Pensar en Corea, era pensar en un montón de neón, kimchi, hermoso hangul que hubiera querido entender y una multitud de personas en las calles y metro. No estaba tan equivocado, aunque imaginé que encontraríamos chicas de K-pop pero solo fueron vendedores de oden y calamares secos que habían aparecido en televisión.
Seúl fue un resplandor, un frío resplandor de lo que puede ser una ciudad, un prometedor orden con elementos antiguos y otros tan modernos que invitan a la silenciosa contemplación. Estaba frío, y en ocasiones nevando, pero el mal clima era compensado por el soju, que corría lentamente en la garganta calentando mis entrañas. ¿Y el kimchi? Jesús coreano, que delicioso fue cada bocado. Tan ardiente y complicado.
Descubrir las calles de Seúl es bastante fácil, apunta hacia cualquier punto y comienza a perderte en sus avenidas o pequeñas calles de Bukchon Hanok entre los castillos. Un mal consejo, olvidate de los castillos. Son reconstrucciones en su gran mayoría. Son solo maquetas gigantes de cómo fueron. Las calles ofrecen mejor escenario y diversos templos y palacios más pequeños de entrada gratuita.
Insadong ofrece una opción turística de dar un vistazo rápido a lo que Seúl puede ofrecer. Un poco de recuerdos, comida, sujetos doblando hebras de miel y cantando canciones divertidas (rollin’ rollin’ very very tasty). Aunque si lo que quieres es realmente comer un poco más local están los números mercados cerrados por Jong-ro. Tan local que quizás puedas ver carne de perro. Hubiera tomado una foto pero la anciana que lo cocinaba me miró con recelo.
Pero si lo tuyo es castigar el cuerpo o las alturas, la montaña Namsan al sur ofrece el reto de subirla caminando o por el teleférico. Nosotros como nos gusta sufrir optamos por caminar, en ambos sentidos, para compensar la ingesta calórica de la noche. Porque justo en la cena, es cuando Seúl se vuelve más divertido y sabroso. Siento que mis momentos más felices del viaje fueron sentados frente a un montón de ban-chan esperando porciones enormes de comida entrar a mi cuerpo.
Comer es caro, no solo para la billetera sino también para el cuerpo. El desayuno y la comida son solo fantasmas, consumos mínimos esperando el ocaso para llenarlo de cerveza fría lager con kimchi y puerco. Anthony Bourdain afirma que el cerdo es un animal mágico, fé que profeso con nuestras carnitas, pero los coreanos no rinden tan mal homenaje a tan noble animal. Uno de los platillos que nos deleito es llamado Jokbal (족발), deliciosas patitas de cerdo cocinadas lentamente con especias y soya. La presentación está lejos de lucir como patas de cerdo, pero sí lo son.
Los coreanos lucen todos alegres (y borrachos) durante la cena, todos olvidando sus horas en el trabajo y relajándose. Aunque curiosamente si te detienes un poco a observar los detalles, podrás entrar en paranoia. ¿Porque hay señales de un búnker? ¿Mascaras de gas? Confuso, y algo extraño para nosotros, fue ver como ciertas medidas de seguridad para ataques existen en las áreas públicas. No es por nada pero la frontera con Kim Jong-un está tan cercana que hace total sentido. Aún así no hay razón para no embriagarse lo suficiente, claro solamente sin perder el face porque no quieres tener problemas con la justicia en Asia. No lo quieres.
A veces me quedo pensando que debería ir el fin de semana a comer más kimchi y bulgogi, pero luego recuerdo que soy pobre y no puedo. Aún así Corea del Sur está en mi top de países que tengo que regresar y quizás perderme más de las zonas turísticas y las atracciones (menos del DMZ) para terminar cantando en algun video k-pop racista donde salgan un coreano, un africano y un mexicano. Tu sabes a lo que me refiero y si no googlealo. Sorpresa.
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